1. El dinero y su evolución histórica hasta la irrupción de la banca
Se denomina “dinero” a la “unidad de
cuenta” o denominador común del valor de los bienes, servicios, créditos y
obligaciones.
Como concepto, el dinero nació varios
miles de años a.C. cuando el cultivo de la tierra y la consecuente
especialización hicieron crecer el comercio y las necesidades de crédito.
Distintas especies homogéneas de uso
común y aceptación general (ganado, granos, sal) constituyeron los primitivos
medios de pago y “unidades de cuenta”. Hacia 2500 a.C., sin embargo, unas pocas
especies metálicas (oro, plata, cobre) se habían impuesto como dinero en las
principales culturas de la época. Estas especies tenían claras ventajas sobre
las demás en términos de alto valor por unidad de peso, homogeneidad,
durabilidad, maleabilidad, divisibilidad. Tenían también un valor intrínseco
más estable en el tiempo, debido a la elevada relación existente entre los
stocks existentes y los flujos anuales de producción.
No obstante ser pocos los metales
utilizados, una fenomenal diversidad (fruto, a su vez, de la dispersión y
relativo aislamiento de las culturas antiguas) prevaleció en materia de nombres
y unidades o medidas de peso empleadas para fraccionarlos. De tal diversidad de
unidades de medida surgieron los nombres de muchas “unidades de cuenta” que hicieron
y todavía hoy hacen historia (shekel, dracma, stater, denario, radiat, solidus,
yuan, yen, rupia, penique, guilder, chelín, corona, doblón, marco, libra,
etc.).
Hasta la aparición de las “monedas”
(piezas metálicas selladas, homogéneas, con contenido y peso uniforme), hecho
que – tanto en oriente como en occidente – ocurre recién en el siglo VII a.C,
las piezas metálicas entregadas en pago o en cancelación de obligaciones tenían
formas y contenidos heterogéneos, por lo que debían ser pesadas en cada ocasión.
Introducida la técnica del amonedamiento de
los metales, una vez establecida la reputación de contenido de estas piezas
metálicas selladas, ellas circularon fluidamente y eran ampliamente
intercambiadas entre sí y aceptadas como medio de pago, aún en regiones lejanas
a la de su origen. Así, los nombres citados más arriba (y otros como ducado,
maravedí, escudo, real, peso, peseta, dólar, franco, rublo, lira, etc.) dejaron
de aludir a ciertas cantidades de metal y pasaron a directamente a denominar las
monedas de contenido garantizado.
El dinero dinero-crédito o dinero fiduciario,
tal como lo conocemos en la actualidad, nace recién a fines del siglo XIII
d.C., tras la irrupción de la banca como profesión especializada.
2.
Crédito y dinero en el mundo pre-bancario:
El desempeño de las funciones dinerarias
Se entiende por “crédito” el acuerdo
mutuo entre partes por el que una de ellas (el prestatario) recibe en préstamo
(del prestamista) cierta cantidad de una especie. A cambio de lo recibido el
prestatario emite, a favor del prestamista, un instrumento fiduciario o de
crédito por el que se compromete a restituirlo en un plazo y con una
retribución establecida. Las palabras “crédito” y “fiducia” aluden precisamente
a la “creencia” o a la “fe” o “confianza” en el cumplimiento del mutuo.
Como cualquier especie puede ser
objeto de un préstamo, el crédito no presupone la existencia de dinero. Ahora
bien, existiendo “especies dinerarias” cabe esperar que la mayor parte de las
operaciones crediticias se perfeccionen o se concreten teniéndolas por objeto.
Tanto para comprar cosas, como para cancelar obligaciones, los prestatarios
preferirán recibir de los prestamistas especies aceptables como medio de pago,
las que serán correspondientemente empleadas para denominar e instrumentar las
respectivas obligaciones fiduciarias 1.
Es muy importante remarcar, sin
embargo, que aunque la mayoría de las operaciones crediticias se instrumentaran
en dinero, en el mundo pre-bancario los instrumentos u obligaciones fiduciarias
(surgidos de las operaciones de crédito) no desempeñaban – al menos en forma
relevante – funciones dinerarias. En efecto, al ser emitidos por prestatarios
individuales, carecían ellos de la homogeneidad y del respaldo necesarios como
para tener aceptación general y, por lo tanto, liquidez. Se trataba de
instrumentos que no servían ni para comprar, ni para pagar y, debido a su
escasa o nula liquidez, tampoco serían mayormente útiles como reservas de
valor. Por tales razones no sustituían al dinero entregado en préstamo, ni como
medio de pago, ni como reserva de valor 2 .
En dicho mundo, las especies metálicas
desempeñaban – por lo tanto – todas las funciones dinerarias: Ellas eran la
“unidad de cuenta” (aunque, como se vio, con gran variedad de nombres y de medidas
físicas de una economía a la otra) y, también, lo que daba la certeza última de
liquidez y valor (es decir, lo que en mundo de hoy conocemos como “dinero-base
o primario”). Y eran también el medio general de pago.
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1 Esta relación natural entre crédito y
dinero explica el error tan común de referirse a la tasa de interés como el
“costo del dinero”, cuando en la realidad aquella es “el costo o el precio del
crédito”. Es, en todo caso, el costo del crédito necesario para hacerse de
medios de pago.
2 Al no servir el instrumento
fiduciario como dinero, el individuo que entregaba en préstamo dinero-especie
debía contraer su demanda por bienes tanto como la podía aumentar el
prestatario. Aún en el caso en que el dinero-especie
prestado hubiera estado “ahorrado” o atesorado, con toda probabilidad la nula o
escasa liquidez de la obligación fiduciaria que recibía el prestamista lo
obligaría a reducir sus compras de bienes para reponer su tenencia original de
reservas (o ahorro) en dinero-especie.
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Si bien no faltaron entonces emisores que
redujeron intencionadamente – “devaluaron” – el contenido metálico real de las
monedas que salían de sus casas de acuñación 3 , la cantidad de dinero en cada
economía estaba esencialmente determinada por la existencia de la especie
utilizada como tal. Podría variar por nueva producción o por el ingreso o
egreso de la especie desde o hacia otras economías, pero no sería afectada por
la existencia de operaciones crediticias, por más numerosas o difundidas que
estas fueran.
3.
La irrupción de la banca y del dinero
fiduciario o dinero-crédito: Impacto y riesgos
La banca – actividad que, como se
dijo, nace como profesión especializada a fines del siglo XIII en el mundo
comercial de las repúblicas de lo que es hoy el norte de Italia – fue un
instrumento tan poderoso para el desarrollo económico, como miles de años atrás
lo había sido el mismísimo concepto de la “unidad de cuenta” o dinero 4 .
Como toda creación humana, sin
embargo, no careció de imperfecciones ni de riesgos. Es una actividad apoyada
en una delicada trama de confianza, lo que la convierte en potencialmente
inestable. Su historia está poblada de crisis y de fracasos, como así también
de éxitos y de grandes avances en la comprensión y en la prevención de sus
riesgos.
Las instituciones conocidas como “bancos”
nacieron tomando “crédito” de particulares. Estos últimos les entregaron
dinero-especie (base o primario) en préstamo y los primeros emitieron a cambio
instrumentos fiduciarios o de crédito. Pero a diferencia de los créditos entre
particulares (o aquellos mismos en los que los bancos actúan como prestamistas)
– en los que el prestatario solo puede ofrecerle al prestamista la promesa de
una retribución o interés – de estos singulares “créditos” o “préstamos” dados
por particulares a los bancos nacieron instrumentos fiduciarios con la liquidez
y la aceptabilidad (como medio de pago y aún como reserva de valor) propias del
dinero-especie.
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3 Debido
a la dramática reducción del contenido de plata de los denarios acuñados por el
Imperio Romano en el siglo III d.C., en los cuarenta años que van desde 200 a
240 algunos precios expresados en denarios se triplicaron. Aunque parecidas en
efectos y resultados, estas inflaciones por degradación del contenido metálico
deben ser distinguidas de otras que resultaron de un aumento significativo en
la oferta de oro o plata. Debido a este factor, por ejemplo, en los ciento
cincuenta años posteriores a 1492 el nivel promedio de precios en Europa se
multiplicó por seis.
4 Así como la
introducción de “unidades de cuenta” de valor intrínseco (mercaderías, metales)
liberó gradualmente a las economías de las limitaciones y de la descoordinación
propias del intercambio por trueque, la irrupción de la industria bancaria
revolucionó – también en forma gradual – la institución del dinero,
contribuyendo a desarrollar significativamente los sistemas de pagos y los
instrumentos de ahorro, resultando en un enorme aumento del volumen del crédito
y, también, en una mejoría en los criterios para su asignación.
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Aunque la aceptación amplia de los
pasivos bancarios como dinero estuvo a veces ligada al otorgamiento (a ellos)
del “poder cancelatorio legal” (por parte de un Príncipe o un Estado), ello no
fue siempre el caso.
Además de la obvia comodidad o practicidad de
pagar o ahorrar en “papeles” en vez de hacerlo con o en piezas metálicas, los
pasivos bancarios se diferenciaron de los emitidos por particulares por su
homogeneidad, por el prestigio de las instituciones emisoras y, “last but not
least”, por la garantía de solvencia implícita en la importante concentración
de dinero primario que se suponía quedaba en manos del emisor.
Por estas razones los pasivos
emitidos por los bancos no se llamaron generalmente “pagarés”, sino “depósitos”
y sus acreedores no se llamaron “prestamistas”, sino “depositantes”. Ciertos
instrumentos fiduciarios emitidos por los bancos a favor de sus
“prestamistas/depositantes” (cuentas corrientes o de ahorro, letras de cambio,
billetes, etc.) fueron promesas de devolución o restitución de pago “a la
vista” de aquello depositado. Otros, en cambio, implicaban promesas de pago o
devolución a plazos determinados, pero con un mínimo riesgo de insolvencia.
La aceptación general lograda por los
instrumentos emitidos por los bancos los convirtió así en “dinero fiduciario”,
sustituyendo al dinero-especie – al menos parcialmente – en algunas de sus
funciones.
Aún siendo parcial, tal sustitución
se manifestó en un excedente de dinero primario en los bancos con respecto al
saldo diario habitual de retiros y depósitos, excedente que no tardaría en ser
prestado a particulares, poniendo en marcha el conocido proceso de
“multiplicación” del crédito y del dinero.
Los préstamos realizados por los
bancos a los particulares dan lugar a ciertas extracciones o retiros y a nuevos
depósitos de dinero-primario, en un proceso en el cual – por ejemplo – la
cantidad de 100 de dinero-base o primario depositada por la persona A (a cambio
de un instrumento emitido por el banco) le es prestada por el banco a la
persona B. Este, tras dejar en el banco el correspondiente pagaré, retira los
100 y los da en pago a la persona C, quien la redepositará en el banco a
cambio, también, de un medio de pago bancario. Al final del día el banco en
cuestión tendrá en su activo una reserva en especie por 100, más un pagaré
firmado por B por igual cantidad, y en su pasivo dos “depósitos” (de A y de C)
por la suma de 200 unidades de dinero primario.
Obsérvese que B pudo gastar el monto obtenido
en préstamo (las 100 unidades) sin que A haya debido sacrificar su propia
capacidad de gasto (ya que el “crédito” contra el banco es para él un sustituto
perfecto de la especie que había depositado), pero ahora hay dos personas (A y
C) que tienen en sus manos medios de pago bancarios (o sea, dinero), por una
cifra (200) que dobla la cantidad de dinero primario que hay en el banco (100).
El carácter “fraccionario” de la tenencia de especie con respecto al total de
pasivos u obligaciones del banco es lo que da lugar a la expresión “banca de
reserva fraccionaria”.
La observación del párrafo anterior
resume el potencial expansivo, pero también los riesgos implícitos en los
sistemas bancarios de encaje o reservas fraccionarias. Nada de 5 lo allí
descripto hubiera tenido lugar en una economía sin bancos, por mas generalizada
que fuera la institución crediticia entre particulares. Si bien el proceso de
creación de dinero bancario ha variado significativamente de caso a caso y no
todo en él es de idéntica naturaleza 5, siempre concluye multiplicando la
cantidad de dinero-primario por factores bien superiores a la unidad 6 .
Siguiendo con el ejemplo elegido, la
viabilidad de este banco – y, por lo tanto, la estabilidad de la economía –
requiere que el deudor B pueda devolver la cantidad que le fuera prestada, y,
además, que los depositantes A y C no pretendan canjear simultáneamente sus
depósitos por especie, por lo menos hasta que B no haya cancelado su
obligación. La primera condición alude al llamado riesgo de solvencia, en tanto
que la segunda alude al riesgo de liquidez.
Estos particulares riesgos inherentes
a la industria bancaria se fueron analizando y comprendiendo a lo largo de
muchos años. No solo se evaluaron los clásicos riesgos de liquidez y solvencia,
sino también los riesgos de reputación y de contagio, y como a partir de un
solo error de cálculo o – pero aún – de un simple rumor, se pueden desatar lo
que conocemos como fenómenos “sistémicos”, con graves secuelas no solo para la
moneda y para la industria, sino para la economía como un todo. De esta experiencia
acumulada se fueron derivando reglas prudenciales e instituciones orientadas a
la prevención y/o al manejo – dentro de ciertos límites, por cierto – de los
riesgos individuales y sistémicos de la banca.
4.La cuestión del dinero-base o “primario”: Metales vs. bancos centrales
La sustitución del dinero-especie por
dinero bancario o fiduciario descripta en la sección anterior no fue, por
ciento, completa y total. El valor intrínseco de las especies metálicas
(ausente en el caso del dinero fiduciario) hizo que muchas personas siguieran
confiando en ellas, ya en forma exclusiva, o – al menos – en situaciones de
riesgo/incertidumbre. O sea que, aún siendo los pasivos bancarios aceptables
como medios de pago e instrumentos de ahorro, los metales seguirían siendo
durante muchos siglos el dinero-base o primario, es decir, aquello que
constituye (o, al menos, es percibido como) la certeza última de liquidez y
valor.
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5 Los
“depósitos a la vista” constituyen derechos transferibles y canjeables
instantáneamente a la par por dinero primario. Los “depósitos a plazo”, en
cambio, pueden o no ser transferibles antes de la fecha de su vencimiento, pero
en tal caso no necesariamente se canjearán a la par por dinero primario. Para
el banquero, la diferencia en materia de riesgo de liquidez es obvia.
6 A principios
de 2000, el factor de multiplicación bancario en la Argentina era tan solo 3,
debido a que los coeficientes de efectivo en manos del publico y en bancos eran
13,1 y 23,3 porciento, respectivamente. Cuando estos coeficientes rondan el 5%
- como puede ser el caso en economías más desarrolladas – el factor de
multiplicación puede superar 10.
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Precisamente, la aceptación y utilización de
los instrumentos fiduciarios bancarios como dinero (medio de pago y reserva de
valor) está esencialmente basado en la confianza de que – en última instancia –
ellos podrán ser convertidos en ese dinero-base o primario.
4.1. Primeros intentos
Desde el siglo XVII hasta el XX se
realizaron muchos esfuerzos – por motivos y con resultados muy diversos – por
desplazar también a los metales de su rol de dinero-base o primario y
sustituirlos por alguna clase de dinero fiduciario.
A fines del siglo XIX, pero mayormente en el
XX, estos intentos obedecían a la idea de que pudiendo “manejar” la cantidad de
dinero-base sin un vínculo directo con la disponibilidad del metal, se podría
estabilizar el ciclo comercial y – eventualmente – maximizar el crecimiento
económico.
En los siglos XVII y XVIII, las preocupaciones
parecían ser menos altruistas. La idea radicaba mas bien en maximizar el poder
del Estado, del “príncipe” y/o del banquero que lograra la sustitución del
dinero-metal por dinero-papel.
Suecia, con el Stockholm Banco en
1656, Inglaterra, con el Bank of England en 1694 y Francia, con el Banque Generale
(más tarde, Banque Royale) en 1716 constituyen los mas conocidos ejemplos
tempranos de intentos de darle “poder cancelatorio legal” a los pasivos de
ciertos bancos designados a tal efecto. Esto le daba al o a los bancos
“elegidos” más poder, y por lo tanto, mayores incentivos para correr riesgos.
Con muy pocas excepciones – los
bancos de Inglaterra y de Escocia, tal vez las más notables – la colusión entre
príncipes ambiciosos y banqueros angurrientos o peor aun, ignorantes, demostró
ser letal para la consolidación del dinero fiduciario. Fuera por tentación,
angurria, corrupción, ignorancia, error de cálculo, falta de experiencia o
circunstancias tales como guerras y/o revoluciones, muchos “emisores
autorizados” transgredieron largamente la prudencia en su expansión La falla
mas corriente era la sobreexpansión de los pasivos del banco (dinero fiduciario
con poder cancelatorio legal) sobre la base de la extensión de créditos
ilíquidos y frecuentemente irrecuperables. Muchos de estos episodios terminaron
eventualmente en “corridas”, suspensiones de la convertibilidad en metal,
devaluación del dinero fiduciario e inflación de los precios expresados en
tales unidades.
4.2.
Auge y declinación del patrón oro
Hacia fines del siglo XVIII las
experiencias habían sido lo suficientemente negativas como para que – por
ejemplo – la Constitución de los EE.UU. (1780) prohibiera darle poder
cancelatorio legal a ningún instrumento fiduciario. Por esta prohibición (que
duraría hasta 1865) nadie podía ser obligado a aceptar papeles en cancelación
de ninguna obligación, si prefería que el pago se hiciese en especies
metálicas.
Estudiando y aprendiendo de la
evidencia, David Ricardo, en sus “Principios de Política Económica y
Tributación” (1817) describió magistralmente los fundamentos de las reglas de
comportamiento prudencial para los bancos emisores de dinero fiduciario (o para
el caso, para cualquier autoridad monetaria):
“No hay nada más importante en la emisión de dinero-papel que dejarse
impresionar por los efectos resultantes del principio de limitación
cuantitativa. No es necesario que el papel sea convertible en especie (p. ej.,
en monedas de oro y plata) para asegurar su valor, solo es necesario que su
cantidad sea regulada. La experiencia muestra, sin embargo, que jamás un Estado
o un banco han tenido el poder irrestricto de emitir dinero-papel sin abusar de
ese poder. En todos los estados, por lo tanto, la emisión de dinero-papel
debería estar bajo cierto balance y control; y ninguno parece mas apropiado a
tal fin que el someter al emisor de dinero-papel a la obligación de pagar sus
billetes en oro o en metal.”
Bajo los principios enunciados por
Ricardo, las instituciones emisoras de dinero fiduciario destinado a ser dinero
primario (es decir, con poder cancelatorio) se vieron obligadas a mantener
“ratios” de liquidez (reservas de metal como proporción de la emisión)
suficientes como para no poner en riesgo la convertibilidad de sus emisiones.
La mayor exigencia correspondía a las llamadas “cajas de conversión”, instituciones
que mantenían reservas en metálico por la totalidad de su pasivo en billetes.
Siguiendo reglas prudenciales de este tipo un importante grupo de naciones
lograron mejorar la “performance” de sus instituciones emisoras de
dinero-fiduciario primario y conformaron, durante las últimas décadas de siglo
XIX y los años anteriores a la Primera Guerra Mundial del siglo XX, un sólido
conjunto de unidades monetarias convertibles, ligadas entre sí por el sistema
ampliamente conocido como “el patrón-oro”.
Al asegurar la convertibilidad de
cada una de estas “monedas” con todas las demás a una tasa de cambio fija,
determinada por la paridad-oro de cada signo monetario, el sistema proveía un
standard de valor de alcance mundial, que facilitó una notable la expansión del
comercio y de las finanzas internacionales. Pero tanto o más importante fue el
mecanismo de control automático que operaba cuando alguna economía
experimentada o un exagerado influjo de capitales desde el exterior, o un
exceso de dinero primario fiduciario originado internamente.
Bajo cualquiera de estos dos
escenarios una creciente demanda interna ejercerá presión alcista sobre los
precios domésticos, particularmente sobre los de bienes y servicios no
comerciados internacionalmente, reduciendo la competitividad de las actividades
productoras de bienes comercializados. Cuando el influjo de capital externo
cesa (y/o cuando la demanda por el dinero fiduciario nacional se estabiliza en
el resto del mundo) y el déficit entre exportaciones e importaciones debe ser
cancelado con metal, la emisión de dinero local se contraerá automáticamente,
el crédito interno se hará más escaso y caro y la demanda doméstica finalmente
bajará. Si los precios internos son flexibles a la baja, la competitividad de
los sectores productores de bienes comercializables se restablecerá
rápidamente.
Si bien la dinámica del sistema del patrón-oro
no contribuía a estabilizar el ciclo económico de corto plazo, el crecimiento a
largo plazo de la acumulación de capital, de la producción y del comercio
internacional durante su vigencia (1870-1914) fue espectacular. Los precios,
como el ciclo, tenían también sus altibajos, pero a largo plazo el sistema
resultó en una alta estabilidad de precios y muy bajas tasas de interés
nominales y reales.
Luego de la Primera Guerra Mundial
(1914-1918) el sistema del patrón-oro comenzó a atraer fuego graneado.
Hay que reconocer que la esencia de
la fortaleza del sistema - su dependencia del oro - traía aparejados algunos
problemas. Como la oferta del metal no crecía necesariamente al mismo que el
comercio y la producción mundial, durante algunos períodos (por ejemplo, en las
décadas de 1780, 1820 y 1870) el sistema imponía fuertes presiones
deflacionistas sobre los precios nominales. En otras ocasiones el valor del oro
sufría bruscas oscilaciones resultantes de nuevos descubrimientos,
manipulaciones diversas o aún azar. Y tampoco faltaron errores o hechos
políticos (por ejemplo, la Primera Guerra Mundial y la actuación del la Reserva
Federal de los EE.UU. en las décadas de 1920 y 1930) que agravaron la percepción
de un sistema en crisis.7
El ocaso de los patrones metálicos,
sin embargo, no se debió principalmente a la inestabilidad del oro, sino a una
combinación de cambios institucionales, eventos políticos y nuevas ideas que
ocurrieron en las primeras décadas del siglo XX.
Para comenzar, el advenimiento del
sindicalismo, la difusión de la negociación laboral colectiva y la introducción
de leyes de salarios mínimos, eliminaron en muchos sectores y economías
cualquier flexibilidad descendente en el precio del trabajo. Estas innovaciones
- bienvenidas por muchos como justas y progresistas, pero criticadas por
quienes advertían sobre la necesidad de mantener algún mecanismo de ajuste -
resultaron en la aparición del novedoso fenómeno del desempleo durante la fase
descendente de los ciclos económicos. En segundo lugar, las fuertes tensiones
impuestas por la Primera Guerra sobre las economías de muchas naciones, tanto
beligerantes como no-beligerantes, llevaron en 1914 a una generalizada
suspensión de la convertibilidad del dinero fiduciario. Cuando las hostilidades
concluyeron y algunos gobiernos restauraron o intentaron restaurar la
convertibilidad a las tasas de cambio de pre-guerra, muchos precios y tasas salariales
groseramente inflados durante el período bélico requerían ajustes descendentes
en magnitudes que - muy a menudo - estaban mas allá de lo que la dirigencia
política estaba dispuesta a exigir.
Sobre el trasfondo de estos hechos,
en los años de la llamada entre-guerra (1919-1938) se fue desarrollando una
nueva escuela de pensamiento. Ignorando el rol de las crecientes rigideces que
se iban introduciendo en los mercados de trabajo, esta escuela proclamó que el
desempleo era una consecuencia de la rigidez del patrón-oro, y que lo
recomendable era
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7 Ver: “A Reconsideration of the
Twentieth Century”, Robert Mundell, Nobel Prize Lecture, Stockholm, December
10, 1999. Publicada por
“American Economic Review” en junio de 2000.
justamente lo contrario: “Flexibilidad”
en la oferta de dinero primario para sustentar el crecimiento de la demanda
agregada, evitar recesiones, promover el crecimiento y asegurar el pleno
empleo.
Uno de los más provocativos abogados
de la nueva escuela, D.H. Robertson, lo expresaba de la siguiente manera de su
libro “Dinero” (1928): “El valor del metal amarillo, elegido en origen como
dinero porque excitaba las fantasías de los salvajes, es claramente un objeto
azaroso e irrelevante sobre el cual basar el valor de nuestras unidades monetarias
y la estabilidad de nuestro sistema industrial”
La escuela de Robertson (y de muchos
mas, por cierto...) abogaba abiertamente por la prevalencia de dinero
fiduciario primario libre de cualquier vínculo con los patrones metálicos. Los
gobiernos de cada país regularían luego a voluntad la cantidad de dinero
primario, persiguiendo activamente un crecimiento económico sin ciclos y con
pleno empleo.
La gran depresión de los años treinta
le dio a esta escuela de pensamiento - sin lugar dudas - un gran impulso y una
popularidad mundial. Por entonces muchos países habían suspendido
transitoriamente o directamente abandonado el vínculo entre sus unidades de
dinero primario y el oro, y cuando se alzaron algunas voces advirtiendo los
riesgos que este paso implicaba (posibilidad de excesiva creación de dinero
primario con sus secuelas de devaluación e inflación), los abogados de la nueva
escuela respondieron diciendo: a) que “algo” de inflación no haría daño alguno
y b) que aún si habría costos, los mismos bien valdrían la pena si fueran el
precio del crecimiento ininterrumpido y el pleno empleo.
4.3. Bretton Woods: Éxitos y fracasos
El Acuerdo Tripartito firmado en 1936
entre los EE.UU., el Reino Unido y Francia y los acuerdos “multilaterales” de
Bretton Woods (New Hampshire, EE.UU.) a finales de 1944 fueron un intento para
restaurar cierta disciplina en las cuestiones monetarias internacionales,
aunque sin regresar plenamente a la disciplina del patrón-oro. Se fijaron allí
una serie de reglas para vincular las monedas de los 44 países originalmente
participantes y se creó una agencia multilateral, el Fondo Monetario
Internacional, para asegurar su cumplimiento.
Al ligar las distintas monedas
nacionales fiduciarias con el dólar de los EE.UU. (aunque con algún margen de
fluctuación), permitir que las autoridades nacionales ejercieran controles
sobre los movimientos de capitales y obtener el compromiso de las autoridades
norteamericanas de vender oro contra dólares a los bancos centrales de los
demás países a una tasa de cambio fija, el sistema de Bretton Woods distaba de
ser un patrón-oro puro, de libro de texto, pero fue exitoso durante un par de
décadas imponiendo bajas tasas de interés y de inflación y dando lugar a una
bienvenida y sustancial recuperación del ingreso y del comercio internacional
luego de la Segunda Guerra Mundial y de los retrocesos experimentados en la
década de los treinta.
A fines de los sesenta, sin embargo,
el sistema estaba quebrado. Las escuelas del “activismo monetario”
(profundamente enquistadas en los círculos políticos de la época) habían
provocado que muchos países empujaran el crecimiento de la oferta de dinero
fiduciario mucho mas allá de cualquier criterio prudente. En el verano boreal
de 1967 tuvieron lugar dos hechos que preanunciaron el colapso del sistema
creado en 1944: 1) Una traumática devaluación de la libra esterlina y 2) El
abandono “de facto” de las ventas oficiales de oro al precio de US$ 35 por
onza. Finalmente, el 15 de agosto de 1971 el Presidente Richard Nixon “enterró”
para siempre el concepto del patrón-oro, al suspender oficial e indefinidamente
la convertibilidad del dólar en oro.
En diciembre de ese mismo año se intentó
regresar a paridades fijas a través del llamado “Smithsonian Accord”. Como los
EE.UU. no restablecieron la convertibilidad-oro de su moneda, el sistema era
uno de “patrón-dolar” y no ya de “patrón-cambio oro”. Como la política
monetaria de los EE.UU. siguió siendo muy expansiva en los meses siguientes y
tras una frustrada devaluación del dólar de US$35 a US$42 por onza de oro, en
la primavera boreal de 1973 el intento de mantener paridades fijas fue
definitivamente abandonado.
El sistema de patrón-cambio dólar
establecido en Bretton Woods fue víctima del mismo mal que había volteado a
muchas de las experiencias iniciales de dinero fiduciario, aquel mal que había
sido tan sobriamente descripto por David Ricardo en 1817: Excesiva emisión de
dinero con las consecuentes presiones devaluatorias/inflacionarias. En vez de
financiar guerras o aventuras coloniales se había hecho trescientos años atrás,
los gobernantes de las principales naciones de occidente durante la década de
1960 fueron víctimas de la ilusión de pensar que podrían asegurar el
crecimiento ininterrumpido del ingreso de sus ciudadanos y su pleno empleo
permanente en contextos de mercados de trabajo con serias inflexibilidades.
4.4. Tras monedas fiduciarias estables y sólidas: El regreso a la
disciplina dorada
Desde el abandono del acuerdo del
Smithsonian en 1973, el mundo ha vivido en un medio puro de dinero primario
fiduciario. Para un número no menor de países subdesarrollados este período se
caracterizó por frecuentes episodios inflacionarios, devaluaciones masivas y
crisis monetarias. Pero el legado del “activismo monetario” fue también pagado
en el mundo desarrollado: Las economías mayores sufrieron desequilibrios
monetarios durante toda la década de los setenta y parte de los ochenta. Para
ilustrar el punto, solo cabe mencionar que hacia 1979 las tasas de inflación e
interés en los EE.UU. habían alcanzado los inusuales niveles del 12% y 20%,
respectivamente.
Desde mediados de la década de los
ochenta, sin embargo, actuando con energía y una clara visión sobre la historia
y las instituciones políticas, los EE.UU. y Europa han logrado recuperar el
control de sus asuntos monetarios y han sido capaces de proveer a sus
ciudadanos (y a muchas otras naciones también) unidades monetarias fiduciarias
sólidas, estables y creíbles.
Este logro requirió: a) la
institución de bancos centrales verdaderamente independientes, b) autoridades
monetarias y bancarias dedicadas al logro de la estabilidad monetaria y a la
regulación prudencial de la banca, c) un renovado énfasis en políticas fiscales
balanceadas, y d) la desregulación de los mercados laborales.
Hacia el fin del siglo XX y tan solo
luego de implementar todas o casi todas estas reformas, las economías de Europa
y de los EE.UU. han recuperado la estabilidad monetaria en un contexto de
amplia movilidad de capitales. Con tasas de inflación cercanas al cero, tasas
de interés reducidas o en baja, equilibrio fiscal y producción en alza, el
nuevo Euro basado en el Deutsche Mark y el viejo Dólar de los EE.UU. gozan de
excelente reputación y son aceptados mundialmente como standards de valor.
Se puede afirmar que si bien los
abogados del dinero fiduciario ganaron su batalla contra el oro, la historia se
ocupó de mostrar una vez mas que los únicos dineros fiduciarios verdaderamente
creíbles – los pocas de aceptación global – resultan ser aquellas administradas
bajo los rígidos y prudente preceptos enunciados por David Ricardo cerca de
doscientos años atrás.
El abandono de los patrones metálicos
no liberó a los bancos centrales de la lógica de la restricción cuantitativa. Y
allí donde esta regla no se respetó, el resultado a sido la adopción de
unidades de cuenta extranjeras o – dicho en otras palabras – la
extranjerización de la unidad de cuenta.
5.
Riesgos individuales y sistémicos de
la banca comercial. Normas prudenciales y las instituciones conocidas como “redes
de seguridad”
Como
se señaló mas arriba, siglos de pruebas, fracasos, errores, experiencias e
investigaciones dieron como resultado normas y técnicas para limitar o manejar
los riesgos de la banca comercial. El crucial rol desempeñado por esta
industria en los sistemas de pagos y en la intermediación financiera ha llevado
a un notable perfeccionamiento de las técnicas y normas prudenciales, así como
a la creación de instituciones conocidas como “redes de seguridad”. Toda esta
“construcción” o “arquitectura” pretende darle estabilidad a un sistema que,
como se vio, se apoya en supuestos delicados, de manera de proteger la economía
real, pero sin comprometer la estabilidad del dinero-base.
5.1.
Liquidez individual y sistémica:
Normas prudenciales y liquidez de última instancia
El riesgo más evidente o “visible” de la banca
de reserva fraccionaria es el de “liquidez”. Este riesgo es enfrentado por los
bancos manteniendo permanentemente en reserva una cantidad “piso” de
dinero-base o dinero-primario (usualmente conocido como “encaje”), cantidad
suficiente como absorber los retiros “normales” de efectivo por parte de los
clientes y – complementariamente – una proporción de sus préstamos o
inversiones en activos fácilmente transformables en liquidez, en previsión de
retiros extraordinarios.
El
primer interesado en evitar crisis por falta de liquidez es el banquero, ya que
juega en ello su reputación. No obstante, como la tenencia de dinero-base en el
activo no es gratis para el banquero individual, la experiencia ha mostrado que
existen suficientes externalidades como para justificar la imposición de
ciertos parámetros mínimos por parte de la autoridad regulatoria.
La
necesidad de reservas de dinero-base para la actividad normal surge de la
simple observación de la realidad a lo largo de períodos extensos. El riesgo de
retiros extraordinarios, en cambio, es medible o cuantificable analizando la
“exigibilidad” o plazo residual de maduración de los pasivos de los bancos y su
descalce respecto a sus activos. Estas medidas serán utilizadas por cada banco
para determinar su necesidad de mantener otros activos “liquidables” en el
mercado interbancario o en otros mercados financieros.
Si un
banco sufre una crisis de liquidez (“corrida” que supera todas sus previsiones,
puede recurrir a la institución del “prestamista de última instancia”,
institución que tiene dos instancias: La primera es la atención de casos
individuales, para evitar que de alguno de ellos derive una crisis sistémica
por contagio. La segunda es – justamente – atender situaciones sistémicas o de
contagio.
Se
entiende por crisis sistémicas a aquellas situaciones en las que el retiro de
dineroprimario es generalizado, o afecta a muchos bancos a la vez. Un problema
que se agrega en estos eventos es que los activos (por ejemplo: títulos
públicos, préstamos hipotecarios) que son normalmente líquidos para un banco
individual, dejan de serlo cuando todos quieren venderlos. Entonces, solo
sirven las reservas de dinero-base.
Si en
un evento sistémico todos los depositantes quieren reconvertir la totalidad de
sus depósitos bancarios en billetes, se podría hacer – en teoría – el caso a
favor de la emisión del total de billetes necesarios para satisfacer tal
demanda (quedándose la autoridad, naturalmente, con los correspondientes
activos de los bancos). Esta acción no sería necesariamente inflacionaria,
porque si para la gente sus certificados de depósitos eran ahorros, también lo
serán los billetes por los que los han cambiado. El aumento de la oferta de
billetes habría sido neutralizado o esterilizado por el aumento del deseo (o
demanda) de mantenerlos guardados.
Puede
ocurrir, sin embargo, que la mera observación del aumento de los pasivos de la
autoridad monetaria haga caer su demanda real, o que, si había en los bancos
muchos activos incobrables, la operación concluya dejando fuertes pérdidas para
la autoridad. Estas y otras consideraciones de “riesgo moral” resaltan el
difícil equilibrio entre audacia y prudencia que debe guardar un prestamista de
última instancia enfrentando un riesgo de contagio o una crisis sistémica.
Pero
todavía más grave es la situación en aquellos países en los que la gente no
quiere “en última instancia” los billetes de su banco central, sino moneda o
activos extranjeros. En este caso, la función de “prestamista de última
instancia” quedará severamente limitada. En el caso de la Argentina pos-crisis
Tequila, esto derivó en que se les exigiera a los bancos la tenencia de
reservas líquidas extraordinarias en moneda extranjera y que el sistema financiero
debiera pagar el costo de una facilidad de liquidez contingente en moneda
extranjera.
5.2. Solvencia: Normas prudenciales y seguros colectivos
El
riesgo de solvencia se encara calificando y previsionando cada préstamo según
el grado de cumplimiento del deudor y de sus perspectivas inmediatas
(incobrabilidad previsible o anticipable). Adicionalmente el banco mantendrá un
“piso” de capital propio (neto de las previsiones) capaz de absorber una
determinada cantidad de pérdidas no esperadas. Este riesgo se mide como una
fracción de los préstamos de cada banco, ponderados por su riesgo de crédito
y/o de mercado.
La
liquidación de un banco cuya insolvencia, por superar sus reservas y su
capital, se extienda a sus depositantes puede también poner en riesgo todo el
equilibrio sistémico. Es para estas eventualidades que se crearon los sistemas
de seguros de depósitos.
Es
común oír que el seguro de depósitos tiene por objeto proteger a los
depositantes o acreedores más pequeños y/o menos sofisticados de los bancos.
Sin dejar de ser cierto, esto es solo una parte de la verdad. El seguro de
depósitos protege a ciertos depositantes (se supone que deberían ser los menos
sofisticados) del particular evento de insolvencia de algún banco. Pero su
función más importante es evitar que estos depositantes, llevados por el rumor
o por el contagio, provoquen fenómenos generalizados de desconfianza. En este
sentido, el seguro no protege a algunos depositantes en particular, sino a
todos y – en general – a todo el sistema bancario.
Ahora
bien, habiendo dicho que el principal objetivo del seguro de depósitos es
evitar fenómenos sistémicos o masivos de desconfianza, es necesario también
decir que si tal fenómeno ocurre – cualquiera sea la razón – el seguro solo no
servirá para resolverlo.
La
experiencia enseña que “algo” de seguro es mejor que nada, que los seguros
legislados en reglas explícitas son mejores que los llamados “implícitos” o
discrecionales, y que los seguros limitados son mejores que los ilimitados.
También enseña la experiencia que el seguro debe diseñarse y utilizarse en
consistencia con la normativa prudencial, con las capacidades disponibles de
superintendencia, con las facilidades de liquidez de última instancia y que
todos los bancos deben estar obligados a participar para evitar el fenómeno de
selección adversa. Luego vendrán alícuotas o premios diferenciados.
“Nada”
de seguro incentiva la inestabilidad o volatilidad de los depósitos, pero las
mas de las veces termina en protecciones “implícitas”, que o desemboca en
esquemas tipo “alfombra” (con secuelas de riesgo moral), o en decisiones
difíciles de justificar por su arbitrariedad.
5.3. Otros elementos de la normativa prudencial, marco legal y los desafíos de
la supervisión
Los
componentes más importantes de la normativa prudencial son los que se
mencionaron en los temas de liquidez y solvencia. No obstante, se han ido
agregando exigencias crecientes en materias de “governance”, “disclosure” o
trasparencia, calificaciones, contabilidad, auditoría interna y externa.
Después del colapso del Bank Herstatt de Alemania en 1974, los países
integrantes del G-10 impulsaron la creación de un órgano conocido como el
Comité de Basilea con el objeto de desarrollar, perfeccionar y homogeneizar la
normativa prudencial a escala mundial. Huelga decir que de nada serviría toda
la estructura normativa de no contarse con una estructura de supervisión y un
poder judicial que aseguran su cumplimiento. También la provisión de liquidez
de última instancia y el seguro de depósitos requieren que las instituciones a
cargo de su administración dispongan poderes legales amplios y claros y
respaldo judicial.
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